Recordando a Victor Jara, Pablo Neruda y Salvador Allende
Recordando... Año 1973...
El militar había estado muy ocupado gritando órdenes por el micrófono y profiriendo amenazas. Era un hombre alto, rubio, y bien parecido. Se pavoneaba de un lado a otro estudiando a sus detenidos y evidentemente disfrutaba con el papel que le había sido asignado. En determinado momento reconoció a Víctor Jara entre sus prisioneros. Hizo una mueca irónica, imitó el acto de tocar la guitarra, rió, y a continuación se pasó rápidamente el dedo por el cuello.
Víctor permaneció sereno y apenas intentó algún gesto de respuesta, pero el oficial gritó repentinamente: "¿Que hace aquí éste hijo de puta?" Llamó a los guardias que le acompañaban y les ordenó: "No permitan que se mueva de aquí, a éste me lo reservo." Después, Víctor fue trasladado al sótano, donde se le vio fugazmente en un vestuario, el mismo en el que con tanta frecuencia se había preparado para cantar en ese Estadio Nacional. La diferencia era que ésta vez Víctor estaba cubierto de sangre y tirado en el suelo lleno de orina y excrementos.
Por la noche le devolvieron a la parte principal del estadio y le dejaron con los demás presos. Apenas podía caminar, tenia la cara y la cabeza ensangrentadas y amoratadas, al parecer le habían pateado. Los amigos le limpiaron la cara y procuraron que estuviera cómodo. Al día siguiente, Viernes 14 de septiembre, los presos fueron divididos en grupos de alrededor de doscientos, preparándolos para un eventual traslado. Fue en ese momento cuando Víctor, ligeramente recuperado, preguntó a sus amigos si alguien tenia lápiz y papel, y comenzó a escribir su última canción.
Garabateaba a toda prisa e intentaba registrar parte del horror al que se estaba dando rienda suelta en Chile, para que el mundo entero lo supiera.
Al llegar a los últimos versos, para los cuales seguramente ya tenia la música en su interior, lo interrumpió un grupo de guardias que fue a buscarlo y lo separó de los que estaban a punto de ser trasladados. Víctor le pasó de prisa el papelito a un compañero sentado a su lado y éste lo escondió en su calcetín. Cada uno de los que allí quedaron intentó aprenderse de memoria esas palabras para que fueran conocidas por el mundo si lograban salir de allí.
Luego de destrozarle las manos a golpes de culata y balearle las piernas, los militares lo dejaron desangrar hasta morir. "Canta ahora si puedes, hijo de puta," le gritaba el oficial alto, rubio, y bien parecido. La mañana del domingo 16 de septiembre los habitantes de una población cercana encontraron seis cadáveres yaciendo en ordenada fila al borde del camino. Todos tenían heridas espantosas y habían sido baleados con metralleta. Uno de ellos era Víctor. Ésta es la canción que escribió antes de morir:
Somos cinco mil
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil
¿cuantos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
Sólo aquí, diez mil manos
que siembran y hacen andar las fábricas.
Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura.
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores
unos saltando al vacío,
otros golpeándose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija de la muerte.
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de ascenso y de trabajo?
En estas cuatro murallas sólo hay un número
que no preocupa,
que lentamente quería más la muerte.
Pero de pronto me golpea la conciencia
y veo esta marea sin latido,
pero con el pulso de las maquinas
y los militares mostrando su rostro
de matrona llena de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Que griten esta ignominia!
Somos diez mil manos menos
que no producen.
¿Cuantos somos en toda la patria?
la sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
¡Canto, qué mal me sales
cuando tengo que cantar espanto!
Espanto como el que vivo
como el que muero, espanto.
De verme entre tanto y tantos
momentos del infinito
en que el silencio y el grito
son las metas de este canto.
Lo que veo nunca vi,
lo que he sentido y lo que siento
harán brotar el momento...
Victor Jara (Momentos Antes de su muerte)
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