El Diálogo: un recurso potencial
El diálogo como práctica verdadera, efectiva y sistemática esta ausente de la vida cotidiana en nuestro país, ausente entre los expertos que administran el asunto público, tristemente ausente en la familia, en la relación de pareja, en la crucial relación reconstituyente entre padres e hijos, entre el jefe y el colaborador. El diálogo está ausente como práctica genuina, y sólo presente de un modo virtual, todos hablamos de diálogo y nos gusta hablar de él como si lo tuviéramos con nosotros, ya que llevarlo a la práctica de todos los días es muy difícil porque no sabemos cómo hacerlo, porque sencillamente no lo tenemos "incorporado" en nuestro lenguaje, es decir en nuestro ser.
La dificultad con el diálogo no está en no querer hacerlo, sino en que no sabemos cómo hacerlo. El dialogo tiene como condición previa el saber que después de salir al encuentro con ese otro con quien tenemos diferencias, después de dialogar con él, podríamos sufrir una transformación. No se trata que el otro me "convenza" sino que me influya, me haga sentido al "escuchar" sus puntos de vista y sobre todo al escuchar los sentimientos que tiene bajo aquella perspectiva tan diferente a la mía. Dialogar es un encuentro con Otro, diferente a mí, para que nos influyamos mutuamente, para aprender del otro, para escucharle y después ver si mi opinión sigue siendo la misma o si se ha enriquecido o simplemente lleguemos a un acuerdo para respetar nuestras formas diferentes de concebir el mundo, las cuales se han confirmado más a través del diálogo, lo que nos conducirá a descubrir nuevas realidades en que él y yo estemos bien. El diálogo es una práctica altamente civilizada de respeto por las reglas del juego de la convivencia universal.
¿Cuántas vidas se hubieran respetado si los seres humanos nos hubiésemos escuchado uno al otro antes de imponer nuestras concepciones antes de recurrir a la violencia? El no dialogar es ya una forma de violencia y además, una oportunidad que nos perdemos de actuar antes que ocurran las catástrofes.
Así como los chilenos nos estamos preparando para aprender nuevas formas exitosas de adaptación futura, aprendiendo el lenguaje de la cibernética, aprender idiomas como el Inglés y ahora el Chino, deberíamos darle un carácter de urgencia al aprendizaje del lenguaje del diálogo. El diálogo tiene dos ingredientes esenciales, el saber escuchar y el saber expresar. Escuchar no significa estar de acuerdo con el otro, ni tampoco debe concebírsele como una técnica de manipulación; escuchar a otro ser humano es darle a conocer que le estamos entendiendo, es poner en palabras aquellos sentimientos que rigen la comunicación cuando el otro me está hablando. El primer paso para escuchar decía Ortega y Gasset es quedarse callado, el silencio frente al tú le otorga presencia, espacio y respeto.
La otra mitad del fenómeno del diálogo es el arte de expresar la verdad de lo que sentimos, sin herir al otro, preservando su autoestima y respetando su diversidad. Esto se confunde con manipular y entonces aparecen los defensores de la llamada "franqueza" que es decir las cosas imprudentemente, con el conocido espontaneismo de “yo siempre digo lo que siento, soy franco”. No, mi expresión puede ser fiel a mis sentimientos pero no por ello portar un juicio de valor frente al tú. Cuando ambas partes, aquella del escuchar y aquella del expresar, logran su cometido, entonces se produce el gran milagro conocido como acuerdo o conversación exitosa. Los acuerdos valiosos son aquellos que nacen del escuchar y expresar verdades divergentes, allí donde en un principio no había acuerdo. Llegar a acuerdos entre gente que piensa lo mismo no tiene gracia alguna. El acuerdo a partir de las diferencias es un descubrimiento de algo nuevo que aparece en el horizonte de nuestra relación.
Nosotros asistimos hoy en DIA, ya sea por televisión o por radio, al espectáculo del monólogo de a dos o de a tres o de a diez, la gente no sólo interrumpe o ironiza al otro cuando está hablando, sino que además está esperando que termine su intervención para decirle todo lo que está pensando y no se ha dado cuenta de todo lo que le acaba de decir el otro. Imaginémonos sólo por un instante que practicáramos cinco minutos diarios de sólo escuchar sin opinar a un alumno, o a un hijo o a nuestra pareja, cinco minutos semanales para escuchar a uno de nuestros seres cotidianos, y así le expresáramos nuestra admiración o cariño sólo una vez al mes durante un minuto, o si lográramos sólo un acuerdo al mes en algo simple en lugar de tener una discusión y terminar peleando. Serían cinco minutos diferentes en nuestra convivencia, ellos se multiplicaría por millones y las consecuencias de todo lo que hiciéramos serían muy diferentes.
Si practicáramos cinco minutos al DIA de escuchar, la gente no se sentiría tan sola, si tan solo usáramos el dialogo diez minutos a la semana, nuestros hijos no estarían tan lejanos ni preocupados de sentirse más importantes a través de tantas costumbres insanas, o andar vestidos a la moda. Muchos atentados no tendrían sentido, si escucháramos más la diversidad y lo interesante que es el punto de vista del otro, nosotros mismos viviríamos más tranquilos y felices y ellos por supuesto que también.
El diálogo efectivo es poderoso y hoy en día como nunca lo tenemos a disposición, como un talismán que no usamos porque no sabemos que es capaz de mover montañas y conseguir un instante de paz en nuestro hogar, en el trabajo, en el país y por ende en nuestro agitado mundo contemporáneo.
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